La tensión entre tradición y deporte |
De entre los rasgos heredados por los charros de las sociedades rancheras, destacan dos que son señalados por diversos autores (González y González 1968; Barragán et al. 1994; Lomnitz 1995; Barragán 1997; Chávez 1998; Palomar 2002) estudiosos de dichas sociedades: la dimensión étnica y la tradición. La primera tiene que ver con la frontera diferenciadora que se traza por estos grupos respecto al mundo indígena; la segunda, la tradición, resume un cuerpo de valores y símbolos que son transmitidos de una generación a otra en la misma forma (Peterson 1982).
En relación con la dimensión étnica señalaremos solamente que la ideología criolla tuvo una importancia central en la cohesión de los charros como comunidad cultural. El mismo relato del elemento que étnicamente determinaba las posibilidades del uso del caballo desde la conquista del nuevo mundo, marcó la identidad de esos hombres de a caballo (Álvarez del Villar 1968, 17). Aunque obviamente esta prohibición fue trasgredida innumerables veces y posteriormente abolida, en el mito del origen de la charrería este elemento quedó como un referente importante en la identidad de los charros y en el discurso nacionalista que representan. La consideración misma del charro como la encarnación del discurso del mestizaje – aunque muchos de los charros se reivindiquen claramente como criollos y no mestizos – significa la creación del nuevo hombre mexicano en cuya figura se han sintetizado las dos matrices étnicas que se reconocen en los discursos nacionales.
Por otra parte, el elemento de la tradición12 es relacionado por los charros con una especie de esencia inmutable que circula a lo largo del tiempo; sin embargo, nosotros planteamos que la tradición es algo que se produce y se sostiene por las comunidades a partir de ciertas circunstancias relacionadas con sus procesos de construcción; en este sentido, hablaríamos de una tradición inventada, tal como la definen Hobsbawm y Ranger13 (1984, 1), y que es lo que permite engarzar el relato de los orígenes históricos de la gestación de la región del Occidente de México con las comunidades rancheras y con la charrería de esta parte del país. Obtenemos así una visión coherente que explica la importancia de ésta última para la cultura regional y para la definición de sus características.
En el relato de la tradición charra se sitúan sus ‘orígenes’ en la región occidente del país; sin embargo, la innegable presencia de rancheros y de charros en otras regiones – particularmente en el Estado de México, en donde los charros se caracterizaban por su riqueza y su abolengo – ha sido integrada en este relato como la prueba de que ‘ser charro es ser mexicano’; es decir, la tradición vendría a ser la columna vertebral que integra a la comunidad charra por encima de los regionalismos en una narrativa que cubre las diferencias y uniforma a sus miembros tanto con símbolos visibles (el traje, la actividad deportiva, etc.) como con un sistema de valores, ideales y creencias. La tradición tiene entonces un gran peso, tanto como fuerza articuladora como en tanto fuerza que se resiste a los cambios y las transformaciones, es decir como ‘conservadora de lo auténticamente mexicano’. Es así como en el centro del mundo charro encontramos una fuerte tensión entre las fuerzas de la modernidad y las de la tradición; de hecho, el análisis de la transformación de la charrería que de ser ‘una tradición’ pasa a ser un moderno ‘deporte nacional’ ha dejado ver sin ambages esta tensión que ha buscado solucionarse planteando que la charrería deportiva está comprometida con un proceso de ‘modernización’ definida en términos genealógicos, es decir, en relación con una tradición.
Se asume que el nacionalismo charro no puede permanecer en el mundo ‘tradicional’, sino que tienen que darle un lugar importante a lo moderno en su presencia actual como deporte nacional, ya que aunque se considera que la tradición es como el alma del país moderno, lo que realmente representa el presente y el futuro del país es la porción moderna (Lomnitz 2003). En este aspecto se puede entender el factor de la búsqueda de lo auténtico inherente a la charrería, como algo que hay que conservar a toda costa, más allá de su modernización.14
En términos generales, las discusiones entre quienes sostienen que la charrería es una tradición y quienes la miran solamente como un deporte plantean una situación de mutua exclusión.15 Esta diferencia es fundamental para los charros, ya que cada una implica cuerpos de valores radicalmente distintos, de los que se desprenden otras diferencias importantes. En relación con esta discusión, podría aventurarse que el charro, como se conoce ahora, es un producto puente entre una tradición perdida y un deporte inventado a principios del siglo XX, fabricado a través del progresivo proceso de institucionalización, organización y transformación de la charrería en deporte, que ha dado un nuevo carácter a una práctica que, sin embargo, sigue considerándose la base de una tradición que lo legitima, y que aún subsiste y proyecta sus valores en los lienzos charros de la modernidad.
De esta manera, al definirse la charrería como deporte pasa de ser algo ‘tradicional’ a ser un ritual de la modernidad,16 y al quedar dentro del marco de la competencia, es la lógica del triunfo sobre un adversario lo que establece las pautas para las diferencias internas, desplazando a otras diferencias, de clase, de procedencia, de edad, de género, y convirtiendo a la charrería en un ritual deportivo caracterizado por producir vencedores y vencidos a través de un sistema que proporciona poder a sus practicantes, no sólo simbólico, sino real y material. Que la charrería deviniera un deporte trajo también consecuencias para los charros; significó, entre otras cosas, introducir en el seno de una práctica entendida como tradición la idea de la modernidad por la vía de los principios deportivos de la competencia y del éxito, así como por la producción cada vez más sofisticada de reglamentos y normas en general. Por otra parte, la lógica deportiva, de alguna manera, ‘despersonaliza’ las relaciones entre los charros. Rompe con la lógica familiar consustancial al espíritu charro, y el lazo sanguíneo o afectivo deja de determinar la pertenencia a una asociación o a un equipo cambiándose por la actual y determinante lógica del éxito o del dinero. Por otra parte, el discurso deportivo de la charrería introduce una pretendida objetividad o impersonalidad en el mundo charro en donde, se dice, ahora lo importante es el ‘espíritu deportivo’ que permite afirmar que ‘todos somos iguales’, ignorando las diferencias realmente existentes.17 El deporte charro actual se encuentra ya, de esta manera, inmerso en los códigos de la significación de la competencia; el charro que compite lleva implicado un mensaje específico que transmite a los participantes y al público espectador en una dinámica que vincula al actor, como individuo representante de una comunidad específica, y a la nación como un todo. Esta combinación entre ritual nacionalista moderno y tradición, institucionalizada oficialmente, revela la voluntad del Estado para construir lo charro como un símbolo nacional, lo cual nos permite afirmar que las esencias charras son también producidas políticamente.
El pasaje de la charrería de ser una tradición a constituirse en deporte fue un proceso complejo en el que, además de los cambios internos que acarreó a la comunidad charra, se jugaron distintas cuestiones relacionadas con los grandes temas en debate en ese momento histórico en el que comenzó el proceso de transformación de la charrería, que fue la década de los treinta: la unidad nacional, la legitimidad y fuerza del Estado, los símbolos del nuevo nacionalismo y otros. A pesar de la tensión que producen, los cambios en la charrería se han sobrellevado y, gracias a diversos mecanismos y estrategias de negociación – el ofrecimiento de convertirse en la representación nacional, la seducción del juego de poder, la oficialización de su lugar simbólico, el otorgamiento de tierras y espacios – sigue siendo una práctica viva. Sin embargo la charrería actual muestra una doble cara, lo que puede leerse también como la expresión de la lucha entre el poder y las fuerzas de resistencia presentes entre los charros. De una manera paradójica, y hablando en lo general, las fuerzas más tradicionales dentro de la charrería son las que muestran mayor oposición al sometimiento institucional; y, por el otro lado, los que promueven el espíritu deportivo – y que también suelen ser los más jóvenes – son los que, en su práctica, parecen actuar como defensores y sustitutos del poder.
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