jueves, 4 de abril de 2019

Jalisco, la charrería y la mexicanidad

Jalisco, la charrería y la mexicanidad
Jalisco, la charrería y la mexicanidad
 La charrería es, además de una vía importante para la producción de los sujetos locales, un campo que ha dado lugar al surgimiento del estereotipo que participa en el proceso de la construcción del sujeto nacional moderno. Su potencial como modelo de moralidad y de comportamiento se deriva de la existencia real de los individuos que conforman la comunidad charra, que refrenda la veracidad y la vigencia de los ideales que encarna el personaje charro, poniéndolo en escena a través de distintos dispositivos: la fiesta charra o charreada, los desfiles, los distintos festejos y ceremonias, y otros (Palomar 2003). Los charros pueden entenderse como una comunidad en la medida en que han construido un ámbito humano en el que su acción social se inspira en el sentimiento subjetivo (afectivo o tradicional) de los partícipes de constituir un todo, y siendo dicha acción recíprocamente referida.5 Se trata, además, de una comunidad cultural, en la medida en que la interacción social que está en su base se sostiene por una red de significados compartidos y vivenciados subjetivamente de manera similar, no solamente de manera racional sino también emocionalmente. Al mismo tiempo, dicha interacción social opera como un campo de actualización y reproducción de los vínculos necesarios para el sostenimiento de la comunidad, que ha generado sus propios códigos, normas, modales y rituales con esta misma finalidad. Entre los elementos que tejen la mencionada red de significados compartidos podemos señalar los siguientes: el relato de la propia historia como comunidad; las construcciones sobre la propia identidad comunitaria y de cada uno de sus miembros en tanto tales, lo cual incluye la producción y utilización compartida de los elementos emblemáticos, tales como el traje, el caballo y sus arreos, los códigos verbales y corporales, así como los éticos y estéticos que los unifican (Islas Escárcega 1969); las interpretaciones colectivas en torno a las funciones y los compromisos de la comunidad vis à vis su contexto; la activa participación en el sostenimiento de lo que se describe como tradiciones y costumbres charras, sus creencias, sus mitos, sus personajes principales y sus instituciones; la estructura de parentesco que se da al interior de la comunidad; y el trazo de fronteras simbólicas entre la comunidad y ‘los otros’. Por otra parte, esta comunidad cultural tiene los rasgos de una comunidad imaginada (Anderson 1993), en tanto que se construye imaginariamente como comunidad unificada, como limitada y como soberana; es decir, a pesar de las desigualdades y conflictos internos, la pertenencia a la comunidad se supone inherente a un compañerismo profundo y horizontal y se sobrepone a la existencia real de contradicciones: ‘Patria, mujer y caballo, y en cada charro un hermano’6 es el lema de los Charros de Jalisco y la síntesis más acabada del orden de sus prioridades.

La primera característica distintiva de la charrería de Jalisco – y en donde se finca el criterio de autenticidad que presume – es lo que podría llamarse su denominación de origen; es decir, se cree que Jalisco es la verdadera cuna de la charrería, lo cual se vincula con el hecho de que fue también en Jalisco donde nació la primera agrupación de charros de todo el país: Charros de Jalisco, formada en 1921. Esta asociación funcionó sin formalizarse hasta 1939, fecha en que su presidente, Andrés Z. Barba, lo hizo por razones pragmáticas al oficializar la pertenencia de esta agrupación a la Federación Nacional después de haberse resistido durante años a la invitación de la Asociación Nacional de Charros a hacerlo. Esta resistencia al ‘estilo Jalisco’ muestra la posición de los charros locales, acordes con el regionalismo autonomista y confrontador del poder central que hasta la fecha se 88 | percibe entre los charros. Sin embargo, las circunstancias que en 1939 condujeron a registrar oficialmente a Charros de Jalisco, fue la condición que el gobernador puso para que la agrupación pudiera recibir, en concesión del Congreso del Estado, el terreno en el que se construiría el primer lienzo charro7 del estado que fue bautizado con el nombre de Miguel Aceves Galindo8 y que sigue siendo hoy en día uno de los más frecuentados y conocidos. Algunos han entendido esta anécdota como una deleznable cuestión ‘de conveniencia’, otros como una derrota del espíritu independiente de los charros de Jalisco, y otros más como una manera positiva de negociar con el gobierno.

Lo cierto es que este acto parece haber puesto solución a un conflicto de posiciones en el contexto político de la época, en el cual se buscaba el sometimiento a un orden que fortaleciera el poder central, y para lo cual era fundamental el disciplinamiento de las regiones. Los charros de Jalisco tenían en esa época una posición simbólicamente estratégica: tenían un enorme potencial de resistencia a los mandatos del gobierno y más aún del gobierno central, fundado en un proceso histórico cuyos avatares los habían golpeado seriamente. Eran los charros un grupo empobrecido pero, aún así, políticamente fuerte y, además, un grupo armado. La fuerza que en la región tomaron el movimiento cristero y el movimiento de resistencia al reparto agrario, tornaba impostergable una estrategia de negociación con los principales actores sociales y políticos locales que pudieran poner en riesgo, una vez más, la paz social. Por eso el acto simbólico en el que se intercambia un espacio físico por una formalización de la agrupación charra tiene una fuerte significación: se le concede el lugar de la representación nacional a la charrería a cambio de su disciplina y sometimiento institucional. Por otra parte, es interesante notar que en este hecho se hace presente la importancia de las redes de parentesco tejidas en las elites locales, elemento que ha caracterizado siempre el funcionamiento de la sociedad en Jalisco y que le ha dado un tono particular a su historia aún en la actualidad. La manera en que las familias charras están interconectadas conforma una cerrada estructura de parentesco de la que se derivan muchas de las características de la charrería en Jalisco, y que muchas veces trascienden las fronteras del mundo charro. Por otra parte, esta actitud de resistencia al sometimiento institucional se sigue manifestando actualmente de distintas maneras en los charros contemporáneos, y de manera notoria en el terreno de la participación de las mujeres a través de las escaramuzas9 quienes también han postergado lo más posible su institucionalización, sobre la base de que esto acarrearía transformaciones indeseables en su práctica charra.

El hecho de que los charros locales reivindiquen a Jalisco como la cuna y el origen de la charrería, es suficientemente significativo para darle un lugar especial a los charros de dicho estado. Sin embargo, no es nada más eso: al parecer las diferentes generaciones de charros del estado de Jalisco han luchado activamente por seguir mereciendo y conservando ese lugar, lo cual se ha reflejado tanto en un muy particular proceso en la institucionalización de la charrería como deporte, como en los debates que se dan al interior del mundo charro jalisciense, en las disputas con los organismos reguladores de la charrería desde el centro de la República, en las dificultades para integrar la participación de las mujeres en el mundo charro, en los múltiples vínculos familiares que ligan las diferentes agrupaciones, y en otras cuestiones. Por otra parte, es innegable que, en términos numéricos, Jalisco es el estado que tiene la mayor cantidad de asociaciones de charros, la mayor cantidad de lienzos y que, además, tiene los equipos que con mayor frecuencia ganan en los Campeonatos Nacionales, así como los mejores charros individuales distribuidos en muchas de las asociaciones de todos los estados.

La charrería es un fenómeno cultural que encarna una tradición ranchera derivada de la visión romántica del México campirano; y es también una arena social que opera como mecanismo de producción de sujetos, valores y símbolos locales proyectados al ámbito nacional. Ambos elementos han sido condensados en el otro aspecto de la charrería, que es el que cada vez tiene más peso en nuestros días: su aspecto deportivo. La charrería es, por decreto presidencial, ‘el deporte nacional’. Este deporte consiste en la realización, frente a un público, de distintas suertes10 en un espacio físico diseñado especialmente para ello, con cierto orden y reglas de competencia bien especificadas. En estas circunstancias, se exhibe la destreza, la fuerza y el dominio que el charro tiene sobre los animales así como la calidad del ganado, en el espectáculo festivo llamado charreada o fiesta charra. Se dice que las distintas actividades que se exhiben entonces ‘vienen a ser las mismas faenas realizadas en el campo, pero embellecidas por el arte’ (Gallegos Franco 1996).

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