lunes, 1 de abril de 2019

El charro y la mexicanidad

El charro y la mexicanidad
El charro y la mexicanidad
La imagen que ha representado la mexicanidad más frecuentemente es la figura del charro, ese varón que usa un traje propio para montar a caballo, un sombrero de ala ancha y que lleva una soga, además de una pistola. Esta imagen ha dado la vuelta al mundo y es reconocida en todas partes como propia de México, a pesar de la pluralidad cultural y étnica que contiene la nación.2 La creación de estereotipos nacionalistas ligados a figuras masculinas es propia de la era moderna en la que las necesidades de definición del individuo se vinculan, por una parte, con los procesos del nacionalismo y de la búsqueda de identidades apropiadas, y por otra, con la relevancia que adquiere en la modernidad la dimensión visual que otorga al cuerpo humano un significado simbólico (Mosse 1996). La imagen del charro adquirió estatuto de estereotipo nacionalista en México en la segunda y tercera década del siglo XX, cuando el Estado posrevolucionario desplegaba todas las estrategias posibles para consolidarse y legitimarse, para unificar la nación y lograr la paz social, y para convertirse en un estado moderno.

La representación del charro condensa diversos elementos. Por una parte, representa un discurso nacionalista y de la modernidad; por otra parte, construye una identidad afincada en un pasado mítico que se proyecta al futuro sobre la necesidad de producir una identidad social, cultural y política nueva y acorde con el nuevo contexto. Finalmente, se trata de la condensación de una serie de atributos morales y de conducta concretizados en un tipo de cuerpo que simboliza ideales específicos traducidos en una dimensión visual que, al mismo tiempo que le da sustancia a todos los elementos, se constituye en la prueba viviente de su vigencia como símbolo.

El charro ha sido útil para el proceso de producción de la imagen del estado nacional mexicano, tanto para el consumo internacional como para consumo interno, creando una representación para el turismo, para los eventos internacionales de todo tipo (hay futbolistas con sombrero charro, un charro que florea la reata en las ferias europeas, un charro en las comitivas olímpicas, unos charros en la recepción de los Reyes de España o del Sha de Irán), y para consumo interno en las ‘fiestas nacionales’ y cualquier otro momento social o cultural en el que se trate de mostrar, de un solo golpe, la imagen de ‘lo mexicano’. Además, la fiesta charra o charreada, es actualmente el escaparate público en el que se pone en escena todo un discurso conformado por signos visuales (los trajes, las habilidades deportivas, la competencia, las artesanías, la pintura, etc.), auditivos (la música, el argot charro, los dichos y refranes) y lingüísticos (los relatos escritos y orales, la historia charra, los discursos, etc.) sobre la mexicanidad, que tiene un potencial enorme como zona de contacto (Lomnitz 2001) en la cual están presentes la lógica del desarrollo na84 | European Review of Latin American and Caribbean Studies 76, April 2004 nacional con la de la modernización, y como espacio en el cual se movilizan diversos tipos de recursos sociales y culturales, siendo al mismo tiempo una sofisticada representación del resultado de las negociaciones entre el Estado y la comunidad charra en los últimos cien años. La figura del charro es también útil para describir el supuesto sujeto social del país a partir de la creación y manejo de un estereotipo con referente real que encarna características, valores y comportamientos deseados; y, por último, esta figura sirve también para fines de modernización en el sentido de que, al ser parte de la cultura estatal, promueve ideales y valores que el mismo estado considera sustantivos para el desarrollo nacional.

Sin embargo, aunque se trata de un estereotipo nacionalista, el charro es, sobre todo, el representante de los pobladores de la región Occidente de México, lo cual quiere decir que el símbolo nacional mexicano es el símbolo de Jalisco y su región. Es decir, se trata de un estereotipo particular que viene a representar a un universo amplio y variado, para producir una imaginaria homogeneidad que se sobrepone a la enorme diversidad real existente en el territorio nacional. El efecto es la producción
de esa imagen que hoy se repite, de que ‘Jalisco es México’. A partir de aquí podemos afirmar que el charro representa la construcción de un discurso nacionalista fincado en una paradoja: la de una nación definida por su relación con una de sus regiones, la región Occidente.

El hecho de que la figura específica del charro haya sido puesta en los escenarios nacionales e internacionales como representante de ‘lo mexicano’ responde a una serie de motivos y entraña diversos sentidos – que ya han sido explorados por algunos autores (Meyer 1991; Pérez Montfort 1994; Carreño 2000) – relacionados con el proceso de la conformación de la Nación Mexicana, con el proceso de la construcción del Estado moderno después de la Revolución, y de la producción de los discursos nacionalistas y de la identidad mexicana que dicho proceso con llevó. Una mirada antropológica al interior del vigoroso y complejo mundo charro del estado de Jalisco deja ver, como en un laboratorio, los elementos que han acrisolado uno de los discursos sobre el nacionalismo mexicano, estrechamente ligado a una coyuntura histórica y social pero que ha tenido efectos de largo alcance. Su estudio brinda diversas pistas para entender las transformaciones que se han sucedido desde entonces, y nos proporciona un punto de referencia para comprender las crisis de las identidades de nuestros tiempos y los procesos intensos de transformación de dichas identidades en el contexto de un mundo globalizado. Ya que es innegable que actualmente tanto la figura del charro como estereotipo de lo mexicano como el discurso nacionalista que ésta ha representado, se encuentra en fuerte competencia con otras representaciones y otros discursos sobre la nación mexicana, que han ido surgiendo en las últimas décadas a partir de las nuevas realidades económicas, políticas y culturales. No obstante, en este trabajo partimos de la afirmación de que la charrería, como fenómeno cultural, ha tenido un papel central en la dinámica centro-región y, sobre todo, en la construcción del occidente mexicano como una región que, en la historia nacional, ha tenido un papel particular.

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